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El pueblo escondido del camino real: un paseo por Polituara

  • Foto del escritor: operacionexodus
    operacionexodus
  • 7 may 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 4 jun 2018



Miquel Font - BARCELONA



Hay un color plateado que sólo se puede encontrar en los árboles recién nevados. Ha

sido un invierno largo y, pese a que abril ya termina, las cotas altas del Pirineo siguen blancas. Si bajamos la vista el plateado es interrumpido por un denso bosque con mil tonos diferentes de verde. Si bajamos todavía más, veremos los restos del pueblo de Polituara, el último del valle antes de llegar al llano que lo separa del Prepirineo.


Se puede llegar por un camino que sale de la carretera nacional. Ojo, hay que saber que está ahí para encontrarlo. Nosotros elegimos una ruta aun más complicada, un acceso escondido entre los árboles desde Búbal.


Con un poco de esfuerzo, cuando llegas al pueblo puedes imaginar un pasado épico. Polituara aparece documentada por primera vez en 1295 y su ermita –convertida en una iglesia en el siglo XVIII- era quizá todavía más antigua. Durante la edad media esta ermita hizo de Polituara un refugio clave para viajeros que querían descansar antes de conquistar los puertos que les separaban de Francia.

Entrada a Polituara. Foto: Jordi Mateu

Más tarde, Polituara llegó a tener hasta seis casas. Las casas funcionaban como parada comercial imprescindible en el Camino Real, una de las rutas más importantes de la zona. El Camino empezaba en Jaca y llevaba tanto a la frontera como al Balneario de Panticosa –codiciado por sus aguas termales curativas. Polituara presumía por aquel entonces de todo tipo de productos locales y ultramarinos.


Todo esto llegó a su fin hace relativamente poco. El embalse de Búbal y la carretera moderna sentenciaron su futuro. Fue la construcción de la presa –unos 200 metros valle arriba- la que echó definitivamente a los veinte últimos residentes en 1971. El pueblo ha cumplido condena desde entonces, sus casas cayendo a pedazos y su banda sonora reducida al descenso del río y el rugido del viento.

Al llegar al pueblo, la primera casa a la derecha nos recuerda su pasado comercial: “Vinos, Licores y…” y algo más que el tiempo ha borrado del cartel. No es el único castigo del tiempo. Falta un buen trozo de pared y se puede acceder al interior sin gran dificultad –lo cual no quiere decir que sea recomendable. Las plantas de arriba son otra historia. La escalera sólo termina, pues la primera mitad ha desaparecido. Los agujeros en la madera señalan como culpables a las termitas –que, junto con las lagartijas y algún otro personaje de la fauna pirenaica, son ahora sus residentes. El cartel de vinos y licores no está solo, una pintada en el interior reza “Amo EGB”, histórico también a su manera.

No es el edificio que peor se encuentra. De otro –el más cercano al río- queda sólo el portal, engullido sin piedad por los hierbajos. A su lado, la esperanza: andamios tímidos que rodean a la iglesia, con una fachada nueva y brillante. Las obras de reconstrucción comenzaron en Polituara el año pasado y pretenden resucitar el pueblo. Quizá no con nuevas personas, pero por lo menos como algo distinto del triste cúmulo de piedras que han dejado las últimas décadas.

Polituara en reconstrucción. Fotos: Jordi Mateu


En muchas casas del Valle de Tena cuelga una foto mítica de unas señoras con niños paseando por la calle única de Polituara. No sé qué fue de ellas, quizá los niños sigan entre nosotros -y si es así espero que el tiempo les haya tratado mejor que al pueblo.

La reconstrucción de Polituara me parece un digno tributo, tanto a los protagonistas de la foto como al espíritu propio que tienen todos los pueblos. Ramón J Sender decía que los niños y los animales quieren a quien los quiere. Pienso que los pueblos nos dan mucho, y devolvérselo siempre será un deber.


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