Lanuza, el renacer de un pueblo
- operacionexodus
- 4 may 2018
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Actualizado: 3 jun 2018
JORDI MATEU- Barcelona
Han pasado 40 años y, bajo la aparente parsimonia de un pueblo pirenaico, el recuerdo de un despoblamiento forzado sigue muy presente. La construcción de un embalse en 1976 provocó la expropiación de los habitantes de Lanuza. Tras 18 años deshabitado, los vecinos retomaron el pueblo para restaurarlo y repoblarlo.
Llegamos al mediodía. El cartel “LANUZA. Hotel La Casueña” indica el desvío para llegar al poblado del Valle de Tena. La estación Formigal-Panticosa acecha en el horizonte y los montes abruptos del Valle envuelven el embalse de Lanuza. A escasos metros de la orilla se esconde un municipio que pese haber estado anegado y deshabitado durante mucho tiempo parece estar muy vivo.
Una hornacina con una virgen, recuperada de su antiguo emplazamiento sumergido en el estanque, da la bienvenida al municipio. En un par de minutos se cruza el pueblo de punta a punta, un trayecto breve pero con una gran trama. La virgen – bar – un par de aldeas – iglesia – hotel La Casaña – las ruinas de las casas que fueron sumergidas – embalse. Punto y final.

La tranquilidad que se respira es contagiosa. Solo del bar se arroja, de vez en cuando, algún grito que se entromete con el sentir del entorno. Las calles están vacías y al rodear la plaza del pueblo –de unos 3 o 4 metros a la redonda- se hacen visibles las aldeas desoladas difuminadas en el estanque.
18 años de ausencia han bastado para deteriorar la vieja entrada al pueblo. La carretera vieja y sus viviendas más cercanas fueron devastadas por la inundación y, lo que no deterioró el agua, lo hizo el tiempo. Seis son las casas deshechas enfrente del embalse, además de diversos terrenos descuidados. En medio de las ruinas destaca la construcción de un parque infantil, así como una pequeña oficina de turismo, cerrada en temporada baja. Épocas estériles de gente y actividad en estas zonas.
En medio del sosiego, la silueta de dos personas se entrevé en la plaza del pueblo, poseedora de una fuente y poco más. Segundo señal de vida después de los gritos en el bar. La inquietud es notable y la opción de dialogar con ellos atractiva. Del embalse a las ruinas de las viviendas y de las ruinas a la plaza. Poco más de 10 segundos de trayecto para abordar al hombre y a la mujer que reposan en un pequeño banco, vistas al embalse. Bingo, son vecinos de Lanuza. Dos de los antiguos moradores que fueron expropiados y posteriormente recuperaron los terrenos para volver a empezar de cero. Anna Aznar y Matías Naverac, el último natural de Lanuza.
Un recuerdo reciente invade el ambiente de la conversación emprendida. “M. Naverac. 2006”, bordado en la fuente de la misma plaza. El detalle no pasa desapercibido, el hombre que ahora reposa fue el primer presidente de la Asociación de antiguos vecinos de Lanuza para iniciar la paulatina restauración del municipio y así lo conmemora la placa.
La iniciativa responde a la ilusión y convicción de los vecinos de reconquistar su hogar, acompañada por las incoherencias en el proyecto de la construcción total del embalse. La muerte de Franco en 1975 y la transición hacia la democracia con la Constitución de 1978 desestabilizaron todo lo previsto y los vecinos consiguieron que el nivel de agua no sumergiera una gran parte del pueblo.
El proyecto se detuvo pero no obstante, ya en 1978 no quedaba ni rastro de vida en Lanuza, solo recuerdos y desconsuelo. Matías y Ana recuerdan una expropiación dolorosa y de muy malas maneras, forzada en toda regla. Las autoridades expoliaban las viviendas de los vecinos de Lanuza a cambio de cuatro perras, sin opción alguna. Acomodados en el banco, recuerdan el pasado con mucha madurez. Lastimados pero aclimatados a la presunta injusticia, al fin y al cabo el tiempo pasa factura a todos.
Vecinos y ruinas de Lanuza. Foto: Paula Rubio
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